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SALVE POR EL SOCO Y EL HIGUAMO

Vienen,
con la geometría descalza de las culebras que dejaron su piel en la Cordillera Oriental,
dos sueños de agua con ínfulas de mar.

Soco,
tu nombre es cuchillo de coco verde hundido en la garganta del Caribe,
y en Boca del Soco los manglares sueñan con ser nubes de raíces invertidas.

Higuamo,
tú eres la arteria abierta de San Pedro de Macorís, navaja y vena en la misma herida,
la cicatriz por donde la ciudad sueña que sangra añil.

Más que correr, desmemorian.
Su cauce es un párpado parpadeando sobre el mapa,
un hilván líquido que cose pueblos: Ramón Santana, Consuelo, Quisqueya.
Costureras de llanura con dedos de bagazo y sudor.

A veces el viento escupe guloyas,
esqueletos de fiesta con campanillas en los tobillos,
y el río, tambor con hipo, les marca el paso a los fantasmas.

En Hato Mayor las vacas beben su propio retrato y rumian nostalgia.
En El Seibo un hombre parte una bandera de plátano, carne y habichuela,
pero el sancocho del plato ya no sabe a río, sabe a llave oxidada.
En las casas, el Guavaberry de arrayan recuerda su dulzor de patio,
y, sin embargo, al probarlo, duele la memoria del agua.

Hay ritos que se beben a sorbos:
el Cristo de Bayaguana tiene sed de toros y promesas,
la Virgen de Higüey colecciona velas en sus ojos de agua,
y una madre baña a su hijo en un río que fue pila bautismal
y hoy es tintero del diablo.

¿No oyen? Es la hora de la salve,
la hora del “dime a ver, manito” y el repique que araña el cielo.
Porque salve es pedir perdón con la boca llena de islas,
y aquí pedir perdón es empezar a sanar.

Fuimos ingratos:
les servimos chicharrón de pollo nadando en hollín de fábrica,
los emborrachamos con ron de cloaca y melaza vomitada.
Les robamos la sombra a las cabeceras,
y ahora los meandros son intestinos retorciéndose en espasmos de aceite.

El Higuamo, río mayor de espalda ancha,
traga grasas y rencores,
un sudario transparente de heces le cuelga en sus riberas
y sus orillas se resquebrajan como yaniqueque olvidado.
—¡Qué lo que pasa aquí, e’to e’ jel acabose!— masculla un viejo,
mientras pesca teléfonos muertos donde antes saltaban camarones.

El Soco, en su Refugio de Vida Silvestre,
da a luz peces bocabajo, blancos como lunas ahogadas.
Las lluvias lavan pecados sobre el cauce
y bautizan el agua con veneno de escorrentía.
La muerte huele a arepa de maíz quemada.

Es la hidrología del sometimiento:
la tierra no ama a quien la desangra.
—La hemorragia lenta de un cuerpo que no deja de vaciar sus venas. —
La cuenca más ancha lleva menos agua que su hermana: doce contra quince punto cinco metros cúbicos por segundo,
y ese silencio pesa como plomo en la garganta del pueblo.

Y así, ríos que nos dieron de mamar,
ahora escupen dermatitis y fiebres viejas.
Los pescadores de Consuelo devuelven redes vacías al mar
y se comen sus propias maldiciones para engañar el hambre.

Aun así,
los he visto arrastrarse hacia el Caribe
como suicidas que se arrepienten en el último segundo,
buscando que el mar les preste sus agallas para respirar.
El agua clama por justicia, no por lástima.

Por eso esta salve.
Para decir que cada mangle es un pulmón verde pateando el aire,
que cada cauce limpio es un réquiem con aletas.
Para ordenar, pa’lante y sin miedo,
que los ingenios depuren su agua y asuman su humo,
que las ciudades levanten alcantarillas en lugar de excusas,
que a la caña le crezcan escamas y branquias,
y al pescador le devuelvan el derecho de regalar sonrisas.

Hagamos entonces el rito:
Salve, Soco,
donde el mar debe ser espejo, no notario.
Salve, Higuamo,
que mereces paseo de manatíes, no callejón de sombras.
Que los guloyas bailen con tus peces resucitados,
que Bayaguana trueque toros por árboles,
que la Altagracia nos recuerde que agua y gracia
riman con trinchera.

Y si toca gritar, gritemos,
para que el Este entero, Macorís, El Seibo, Hato Mayor y La Romana,
sienta en la nuca nuestro canto:

ESTOS RÍOS NO SON ALIMAÑAS PARA PISAR.
SON LAS VENAS ABIERTAS DE UN PAÍS QUE DESPIERTA.
SON LA PROMESA DE QUE EL CARIBE AÚN PUEDE BAÑARSE EN NUESTROS RÍOS
Y NADAR EN NOSOTROS.

Amén de agua.
SALVE Y ACCIÓN
PARA SALVAR LOS RÍOS.

Luis Carvajal