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QUISQUEYA, TIERRA DE PROMISIóN

 

eleuterio-martinez-mini1Estamos arribando a nuevos puertos, en cuestión de semanas haremos escalas en espacios de tiempos inimaginados y, aunque somos los mismos seres humanos, la civilización que hemos construido se apresta a enrrumbarse por nuevos senderos, con nuevos horizontes y con escalas de valores sustentadas en las riquezas naturales, en los bienes que no sufren depreciación por el uso sino por el abuso. ¿Cuánto cuesta el río Yaque del Norte?, ¿podría el Banco Central calcular el valor de los suelos que se pierden en las montañas de San José de Ocoa, después de un par de cosechas de habichuelas?, ¿registran las cuentas nacionales el aporte que hace el Parque Nacional José del Carmen Ramírez al Producto Interno Bruto?, ¿cree usted que la isla Catalinita podría ser colocada en los mercados de valores internacionales?, ¿estima usted que en las bolsas de New York, París o Londres, o en todas juntas existe suficiente fortuna para comprar los bosques nublados de la Sierra de Neiba?   

Albergamos la esperanza de que al aterrizar en el 2000, nuestros gobernantes puedan mirar hacia las montañas y comprender que el porvenir se comienza a construir en las alturas, que un río muerto por falta de agua o altamente contaminado es un mal presagio, que la mejor inversión se hace en la conservación de la biodiversidad, que un incendio forestal es más catastrófico que la quiebra de cualquiera de las empresas de CORDE, que un desmonte en la cabecera de río Comate debería causar más alarma que las grietas de uno de los túneles de la 27 de Febrero, que en el presupuesto general de la nación debe aparecer una partida para salvar el Papagallo de la Hispaniola que se despide para siempre al ver su casa desaparecer, incinerada por las llamas de los fuegos forestales de la Sierra de Bahoruco.Tierras y cielos nuevos

Pero más nos motiva la esperanza de que en el nuevo milenio los dominicanos hagamos conciencia del lar en que vivimos, de la originalidad de los espacios que habitamos y de que todavía estamos a tiempo para revertir la ‘cultura depredadora’ practicada en el presente siglo y para que, llenos de optimismo, podamos decir: iQué suerte he tenido de nacer y cuál dicha la mía que el destino me trajera precisamente a este rincón del universo, para vivir en libertad confinado sobre una perla emergida del fondo del mar! 

¿Se imagina usted caminando bajo la tierra, pasearse durante largas horas entre amplias y majestuosas galerías para que, de repente, tenga que abajarse y escurrirse cuidadosamente en medio de túneles estrechos y sinuosos?, ¿no quisiera usted vencer el miedo a lo desconocido, caminando tímidamente entre columnas y oquedades, con una lumbre que se la traga la oscuridad, observando la forma paciente y delicada con que la estalactita se empina para darle el »beso cárstico» a la estalagmita que desciende desde el techo de la catedral por obra y gracia de la ingeniería de la naturaleza, donde el agua lluvia logra fundir la roca caliza, diluyéndola hasta convertirla en un sedimento blanco y cristalino cuando ésta se evapora. 

Pero más impresionante aún resulta escalar a las montañas cordilleranas, trepando entre el ébano verde y los pinares, saltando arroyuelos y salvando manantiales, viviendo instantes de ensueños en medio del cansancio, respirando un aire limpio y envuelto en la magia de las nubes. ¿Alguna vez ha escuchado el ruido de la brisa cuando irrumpe en el pinar?, seguro que cuando la pudo percibir por primera vez la confundió con el murmullo del río caudaloso que se precipita violentamente entre rocas y los contornos de las montañas para ir a descansar y proseguir su curso apacible en la llanura ribereña del pie de monte. No existe una sinfonía más hermosa que la ejecutada entre pinos y latifoliadas (árboles de hojas anchas), con una mezcla extra de sonidos donde se combina el gorgeo desafinado de las cotorras y pericos que compite con el silbido suave y delicado del jilguero del bosque nublado. 

Precisamente, para comenzar a vivir aventuras de esta naturaleza tenemos dos invitaciones muy especiales: la primera nos la hace Sayenka Martínez para que le acompañemos junto a los felices ganadores del concurso »Vive la Imagen Nacional», celebrado el pasado domingo, para realizar un recorrido por los más hermosos lugares de la geografía nacional y la otra se la extiende a todos los lectores del LISTíN DIARIO, Luz María Vásquez, de la »Sociedad Hijos de la Tierra», para visitar ‘Los Haitises’ el próximo 12 de diciembre.

PERLAS A LA ORILLA DEL MAR

Hubiésemos querido hablarles de Valle Nuevo, del Salto de las Aguas Blancas y de una reserva de »Oro Verde» que existe en la Cordillera Central, pero esos serán tópicos de próximas entregas, hoy le traemos algo muy especial

La península de Samaná está llena de contrastes y accidentes geográficos, los más conspicuos y atractivos del país: ensenadas, puertos, bahías, caletones, playas, puntas, cabos, arrecifes, farallones… tal parece que Dios tuvo el cuidado de que no le faltara nada de lo imprescindible que debe tener un paraíso terrenal. Pero encima de esta extraordinaria variedad de riquezas y valores naturales, hay algo que se destaca, que resalta y potencializa los recursos naturales que crean el escenario natural: es la belleza indescriptible de sus playas. 

Son verdaderas perlas colocadas a la orilla del mar, tesoros divinos legados a los humanos para su disfrute y crecimiento espiritual. Allí la naturaleza se hace cómplice de la curiosidad que es una característica innata de todo ser humano. Al escalar las montañas que como un muro recorren la península de punta a punta, no se resiste la tentación de observar cada detalle y todo escenario que se abre ante nuestros ojos: hacia el frente, hacia a los lados y hacia la espalda. Pero la confusión grande nos llega a la hora de decidir o escoger la playa que más nos gustaría disfrutar. Tenemos decenas para elegir, de todos los tamaños y colores. 
Para celebrar su décimo primer aniversario, brindándole al país la oportunidad de apreciar los lugares más hermosos que atesora la geografía dominicana, la serie de televisión »La Imagen Nacional» acaba de realizar el concurso »Vive la Imagen Nacional», donde se seleccionaron cinco felices ganadores que ahora tienen la oportunidad de elegir a su voluntad a tres acompañantes (20 en total), para llevarlos a realizar un recorrido por: »la Cueva del Fun Fun», »la Reserva Científica de Ebano Verde», »el Salto de las Aguas Blancas» y cuatro playas de la península de Samaná: »Las Terrenas, Bonita, Cosón y Rincón».

Cuatro hermanas

Las Terrenas, Bonita, Cosón y Rincón parece que son cuatro hermanas, de hecho las tres primeras son vecinas y hasta comparten un mismo tramo del litoral norte de la península, solamente la última parece ser la única altanera que se fue a esconder en un rincón al oriente de esta cadena de montañas tan singulares. Sin embargo, hay algo que todas ellas tienen en común, que resalta a la vista y que hacen de sus paisajes algo irresistible: la belleza que cuidadosamente la naturaleza puso en sus contornos. 

Estos encantos vivientes están colocados caprichosamente en el litoral septentrional de este trozo de tierra que se adentra al mar, precisamente a la orilla del Océano Atlántico, donde las olas llegan apacibles a besar la arena como para no romper con la magia que les envuelve. Realmente son las mejores playas del país. Cualquier cosa que le cuente podría resultar muy poco para lo que usted podría apreciar con sus propios ojos y demás medios de percepción sensorial.
 
Rincón es todo un remanso de paz y hermosura. Cualquiera se hala los dedos para ver si realmente está despierto, cuando uno queda embelesado observando el panorama paradisíaco que se abre ante los ojos del visitante. Se trata de una playa virgen que oculta todo su pudor en las tonalidades de azul y los granos finos de la arena que el insistente ir y venir de las olas, se ha encargado de darle el tamaño más idóneo para que hasta con los pies, se pueda apreciar que se camina en el nirvana. 

Las Terrenas no guardan punto de comparación. No, es imposible encontrar en la memoria algo igual, alguna semejanza terrenal que pueda superarla. Es muy posible que usted no prefiera seguir buscando algo mejor, porque a primera vista se dará cuenta que esa sería una tarea inútil. Se trata de una playa de aguas tranquilas, que nunca se impacientan aunque aparezcan todos los fenómenos más agresivos del clima, pues hacia el este se extiende una pequeña línea del litoral, pero lo suficientemente extensa para que los vientos alisios o locales del oriente no puedan romper el encanto natural que acoge este delicado recinto costero. 

Punta Bonita no necesita de presentación, pues su nombre lo dice todo. Se trata de un canto de playa que se adentra en el mar de la manera más singular y más decente posible. Usted se podría pasar horas enteras observando el horizonte que se le pierde en la distancia, viendo como el agua va cambiando de color, desde cristalina y transparente, a un verde muy tenue que va aumentando de intensidad hasta confundirse con el azul igualmente de variadas tonalidades. Compartir con un ser querido estos instantes, es el mejor regalo que la vida podría hacernos, claro, después de premiarnos con la existencia. 

Y a propósito de nombre, ¿usted podría imaginarse lo que es un cosón? No, no tiene porque responderme, cuando llegue hasta esta playa sabrá los motivos que indujeron para que fuese bautizada de esta manera. Fuera de todas dudas, Cosón es »una cosa» muy grande y no porque sea una playa con encantos privilegiados, distintos a los de sus hermanas más cercanas y de otras que presumen tenerlo todo, sino en el ambiente tan particular que la rodea, pues es la única que tiene agua dulce muy próximo a su extremo occidental, limitando sus arenas con la desembocadura de una fuente de agua fresca y que curiosamente lleva el mismo nombre: río Cosón. 

Entonces, ¿cuál es la más hermosa de las cuatro hermanas? Esa será su tarea después que las conozca, pues todas tienen argumentos de sobra a su favor.

Los Haitises

Sin lugar a dudas, el espacio del territorio nacional que más he visitado en los últimos 20 años y que nunca me pierdo la oportunidad que se me presente para acercarme hasta allí. Alguien podría decir que somos exagerados, pero desde que tuve la suerte de conocer esta hermosa selva tropical húmeda en 1978, en compañía de Eugenio de Jesús Marcano, Julio Cicero, Sophie Jacowska, Annabelle Stockton de Dod y Merilio Morel, no he resistido la tentación de escudriñar los secretos que la naturaleza ha colocado en este lugar. 

Es así como a comienzos de la década de los 80 me preparé en el recién abierto recinto Santo Tomás de Aquino de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra como »Guía de la Naturaleza», para conducir desde la Dirección Nacional de Parques, las excursiones que esta institución organizaba regularmente los fines de semana, labor que desempeñé durante tres años seguidos. Aunque nunca he abandonado este encargo que me he hecho a mí mismo, tuve que abandonarlo temporalmente a mediados de esa década para encargarme de la coordinacin de los trabajos, estudios e investigaciones de campo con miras a elaborar el »Plan de Manejo del Parque Nacional de Los Haitises», que estaba siendo financiado por la Agencia Internacional para el Desarrollo de Estados Unidos. 

Esta labor fue violentamente interrumpida por los conflictos surgidos con otro parque nacional que un funcionario del gobierno de turno quería usufructuar en provecho propio: el Parque Nacional Sierra de Bahoruco. Ese fue mi primer gran enfrentamiento con la arrogancia y la prepotencia de quienes llegan al Estado y creen que la naturaleza y en particular las reas protegidas, son finquitas o fortunas que han heredado. Desafortunadamente los estudios de Los Haitises, a pesar de estar en su fase final (incluso los de flora dirigidos por el Jardín Botánico Nacional y los de la Bahía de San Lorenzo realizados por el Centro de Investigación de Biología Marina de la UASD, terminados y entregados), no pudieron ser concluidos, siendo parte de ellos utilizados posteriormente para el »Plan de Uso y Gestión» de este parque nacional que realizó la Agencia Española de Cooperación Técnica en coordinación con la Dirección Nacional de Parques. 

Después hemos participado, desde la Dirección General Forestal, en varios desalojos y otras labores odiosas con miras a salvaguardar este hermoso legado natural, luchando con los políticos de turno que les interesaba más el voto que salvar un patrimonio de todos los dominicanos. Aunque nunca compartimos los métodos utilizados (confieso que muchas veces me tuve que tapar la cara para no presenciar ciertas escenas), fue el operativo militar montado por el presidente Balaguer al asumir nuevamente la primera magistratura en 1986, la salvación de Los Haitises, al menos de lo que queda. Todo el país recuerda las imágenes de los noticiarios de televisión, los reportajes del Gordo de la Semana y los helicópteros que volaban indeteniblemente todo el territorio nacional realizando el operativo »Selva Negra» de aquel 30 de agosto de 1986. 

Los estudios de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación dicen que es una de las mejores muestras de los bosques húmedos tropicales que existían en el mundo en 1978. La propuesta de creación de la »Reserva de Biosfera de la Bahía de Samaná» y los estudios de la Universidad de Cornell revelan igualmente, parte de las maravillas que encierra la segunda formación cárstica más importante del mundo. Todo esto usted podría comenzar a apreciarlo si realizamos juntos el recorrido que haremos el domingo 12 de diciembre por Los Haitises. 

Advertimos a quienes se ineteresen en acompañarnos de que se trata de una »excursión educativa», lo cual implica someterse a ciertas normas de conservación que por lo regular no observan quienes visitan este parque nacional con propósitos exclusivamente recreativos. Luz María Vásques de la Sociedad Hijos de la Tierra, es quien está encargada de la logística en el 547-6626. Cualquier comentario es válido sólo después que nos desplacemos por Cao Hondo, pasemos por la Baha de San Lorenzo, lleguemos a la Cueva de la Arena, veamos el cayo de Willy, entremos a la Cueva de la Lnea y penetremos al bosque húmedo.

VIVENCIAS

¿Qué se siente al entrar desnudo a la naturaleza, cuando se dejan a un lado los preconceptos y se pone la mente en blanco para apreciar con entera libertad lo que nos muestran los ojos, cuando usted decide ser »usted mismo», sin condiciones, sin limitaciones; en fin, un Hijo de Dios y penetra a los recintos encantados de la naturaleza? 

Es posible que el estado de ánimo anodino y el embrujo que tan maravillosamente envuelve nuestros sentidos, nos digan que por un instante de nuestra existencia estuvimos en el »paraíso». Podría decir que se sintió crecer por dentro, que si existe el rostro de Dios plasmado en la naturaleza, usted fue quien lo observó con mayor nitidez y libertad, hasta podría decirnos que los paisajes naturales parecían recitales angelicales, podría darle rienda suelta a su imaginación, dejando sus pensamientos vagar por la tranquilidad de la Bahía de Rincón o mecerse con la cadencia de las pencas de las palmeras de Las Terrenas y dejarse acariciar por las olas de Bonita o Cosón. 

Es más, usted podría llegarse a creer que es un »ser superior», que camina entre las nubes, con el privilegio de que todo lo que llegue a imaginarse, puede palparlo con sus propias manos, al hacer un recorrido por las zonas cordilleranas; pero al final teminará convenciéndose de que es imposible expresar con palabras y con entera claridad, todas estas vivencias. Ahora bien, de lo que nunca debe caberle dudas, es de que usted vive realmente en un paraíso llamado »Quisqueya».

Por Eleuterio Martínez 
Publicado originalmente en el Listin Diario del  7 de Diciembre 1999 2000