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El bosque de galería y el nacimiento de la patria (1)

Muchos se preguntarán ¿Qué relación puede existir entre un hecho histórico, como el surgimiento de la República Dominicana, con asuntos tan presentes como la protección y manejo de nuestros bosques?; otros pensarán que es “poco práctico” hablar de historia en los asuntos forestales; y esas interrogantes se deben a que esta disciplina humanística no la utilizamos como recurso para entender las causas de todos los acontecimientos que nos afectan, positiva o negativamente, porque nos ayuda a recordar los acontecimientos, a analizarlos y, en muchos casos, nos orienta sobre cómo vivir el presente.

Siempre se ha dicho que la filosofía es la madre de todas las ciencias, porque en ella se fundamentan todas las teorías de las cosas; pero sólo recurriendo a la historia podríamos obtener el análisis y diagnóstico de los  padecimientos que afectan a la sociedad en el presente y arrojarnos luz sobre posibles soluciones en el futuro; por esa razón, al analizar el estado de nuestros recursos naturales es necesario y fundamental hurgar en la Historia Patria.

Con estas entregas nos limitaremos solo a dar algunas pinceladas sobre asuntos y acciones relacionadas con la protección o acciones de prohibición del desmonte de las galerías y riberas de los ríos a partir del último lustro de la primera mitad del siglo XIX, es decir a partir de la fundación de la República Dominicana, hasta agotar el siglo.

En entregas anteriores nos hemos referido a la importancia del ecosistema boscoso de ribera o galería de ríos, con la intención de llamar la atención de toda la sociedad sobre la necesidad de tomar acciones sostenibles para evitar que pierdan su calidad biológica los corredores ecológicos que forman los ríos, y que nos conectan con otros ecosistemas que son patrimonios naturales del país.

Recordemos que las galerías de los ríos son las terrazas o extensiones de terrenos que existen en ambas márgenes del cauce, ocupando desde escasos metros hasta áreas relativamente grandes, como los que forman parte de los valles de las cuencas hidrográficas, con suelos ricos en nutrientes químicos y orgánicos.

Las cuencas costeras también son “galerías”, porque son llanuras contiguas al mar que van desde pequeñas a grandes, con ríos y arroyos que sirvieron de vías para que las embarcaciones transportaran las trozas de madera bruta que se mercadeaban a mediados del siglo XIX.

Las manifestaciones para impedir la desaparición del bosque de galería que trataremos vienen desde hace 180 años, cuando se proclamó la República Dominicana; aunque lo  que pasó con los cortes de madera antes del 27 de febrero de 1844 es un  referente  que nos ha permitido establecer cómo esta  actividad ha marcado histórica y socialmente la economía y a segmentos de la sociedad,  así como lo fue el hato ganadero, el ingenio y el cultivo del pequeño predio agrícola, como bien describe y analiza la historiografía dominicana.

No obstante, esa es una teoría aún discutible entre nuestros estudiosos; al igual, es una tarea pendiente y que requiere mayor investigación, descifrar, desde el punto de vista antropológico, hasta donde los cortes de madera pudieron crear étnosis y los etnónimos que pudiera darnos el código para una antropología forestal dominicana.  Quizás sea una idea muy atrevida de nuestra parte.

En el pasado, la defensa de los bosques ribereños  fue por motivos económicos y políticos (como todo en la vida de los pueblos, en última instancia) ya que el país, al proclamarse como libre, dependía mayormente de los cortes de madera que existían en las grandes galerías de los ríos y en la cercanía de estas, tales como los ríos Yásica, Ocoa, Nigua, Haina, Nizao, Yaque del Norte y Yaque del Sur, entre otros; y las cuencas costeras de Azua, Baní y  Anamuya, en la antigua provincia del Seibo, hoy La Altagracia y las cuencas costeras atlánticas, además de otras, como lo señalan nuestros historiadores.

La defensa de ese ecosistema se convirtió en un acto patriótico, el cual la sociedad debe retomarlo con más conciencia en la actualidad, ya no como un simple número que forma parte de la economía, sino como un gesto por preservar la vida misma de la nación Dominicana.

En términos históricos, la defensa de los bosques de galería la podemos dividir en dos momentos o posiciones expresas: una, al proclamarse la República Dominicana como una nación independiente del régimen haitiano, el 27 de febrero de 1844, siendo conocida como la Primera República; y, la otra, a partir del grito Restaurador de la República mancillada, un 16 de agosto de 1863, luego de haber sido anexada a España en 1861 por algunos  sectores de poder, entre los que se encontraban dueños de los cortes de madera y personal relacionado.

Esta defensa de los bosques, particularmente a las especies de árboles como la Caoba (Swietenia mahagoni), el Guayacán (Guaiacum officinale), Cedro (Cedrela odorata), Campeche (Haematoxylum campechianum) y   Mora (Mora abbottii), entre otras, fueron por razones económicas y políticas, pero   facilitaron su protección, a nuestro juicio, por las formulaciones y disposiciones políticas y jurídicas contenidas en leyes. Decretoa y resoulciones que surgieron, aunque no tuviera dicha “defensa” objetivo ecológico ambiental, como ya lo había hecho Cuba en la primera mitad del siglo XIX.

Desde principio de siglo XIX, cuando las incursiones de Tousains Louverture en Santo Domingo (1802), se dieron visos de parar el desorden de los cortes de los árboles de caoba, porque, entre las medidas que tomó para estimular la producción fueron, además de reorganizar a los municipios, apertura puertos para el mercado exterior, estuvo la reglamentación de los cortes de madera, según Juan Bosch en su libro Composición Social Dominicana, duodécima edición Alfa & Omega 1981capítulo XIcuando se refiere de la revolución haitiana.

Para entonces, el país arrastraba toda una vida de ocupaciones e injerencias de España, Francia, Inglaterra, entre otras naciones de Europa y los 22 años de los haitianos, que basaron, fundamentalmente, su economía en los cortes de madera y el desmonte para solo plantar caña, café y cacao; además de coexistir el corte de madera con el hato ganadero, constituyendo éstos los antecedentes históricos más significados de la deforestación en la parte oriental de la isla Hispaniola.

La preocupación por los cortes de maderas, sobre todo las preciosas, como caoba, cedro, guayacán y más de una veintena de especies de alto valor, para la industria de la navegación, puertos, ebanistería y las construcciones en general del país y el mundo; así como de otros árboles leñosos que servían de combustible para la pequeña industria azucarera de los trapiches, fue una necesidad vital para la economía del país que sobrevivió dentro de la miseria durante siglos.

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