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Malecón de Santo Domingo, qué lástima

Este fin de semana me reencontré con un tramo del malecón de Santo Domingo que había sido lugar de aventuras y juegos en la niñez y la adolescencia.

Como hace años, ahora con más torpeza y menos agilidad, caminé entre la búcaras recordando cavernas costeras, respiradores y antiguos matorrales de cocoteros, almendros y uvas de playa, que solo en el recuerdo se mecen con la brisa del mar.

Busqué y encontré apenas pedazos, trozos medio destruidos del paseo en cemento y piedra que permitía recorrer la costa alejado del ruido y el humo de los autos que abundantes y veloces se desplazan por la Avenida George Washington (porque no major Avenida 30 de Mayo).

Encontré vivencias que retornaron frescas con la brisa. Recuerdos de los tiempos cuando eramos felices e indocumentados que perduran entre los respiradores y los caprichos de la ríspida costa.

Hace años, desde la antigua Dirección Nacional de Parques y luego desde la Secretaría de Estado de Medio Ambiente y Recursos Naturales echamos luchas silenciosas para evitar la ocupación del malecón.

Algunas instalaciones no pudieron ser removidas entonces, pero muchas otras fueron impedidas.

Entre los años 2002 y 2003 participé en la redacción del Convenio mediante el cual se traspasa la administración del Malecón al Ayuntamiento del Distrito Nacional, dando forma a una decision en ese sentido tomada por las autoridades máximas de ese ministerio.

En la redacción recuerdo el cuidado puesto para no dejar lugar a dudas de que el lugar debía mantenerse libre de ocupaciones privadas y garantizado como lugar público.

Cuanta alegría cuando el Ayuntamiento del Distrito inició la destrucción de las ocupaciones ilegales que gracias a padrinazgos perversos se habían instalado en la denominada Plaza Omar Torrijos, en la intersección de las Avenidas Abraham Lincoln con George Washigton (no, mi amigo no me he ido a hablar de los Estados Unidos, sigo hablando de la capital dominicana)

Cuanto desengaño cuando emerge a la luz pública que el heroico rescate de la Plaza fue con la intención de instalar un Helipuerto Privado para el usufructo de un par de decenas de propietarios de esos aparatos voladores, en detrimento del resto de decenas de miles de ciudadanos. Por fortuna, la sociedad derrotó tal despropósito.

El empuje inicial del cabildo se diluyó en el intento de la Plaza Omar Torrijos.

Justo es reconocer que no se han permitido nuevas ocupaciones del Malecón, excepto el discreto helipuerto frente a Metaldom, algunos anexos y arreglos subrepticios de los negocios de parrilladas frente al iracundo orador de adviento y la graciosa y privilegiada instalación del famoso restaurante en Guibia, célebre por el infaltable ajo de sus condimentos. Y …no sabemos que se esconde tras el muro que por años nos oculta la otrora playa de guibia.

Pero una letanía de descuidos y abandono ha enajenado la parte más emblemática del Malecón. La franja costera que debía ser el más llamativo paseo de la ciudad ha sido arrancada a los ciudadanos por el abandono y el descuido.

El paseo de cemento y piedra que serpenteó entre el acantilado ha sido erosionado por las aguas, corroido por el salitre y finalmente arruinado por el descuido y la falta de mantenimiento.

La vegetación costera se ha reducido a solitarios árboles dispersos de uva de playa, de almendros y de coco. Sobrevive como recuerdo de un pasado vegetal el túpido reducto boscoso contiguo a la mencionada Plaza Omar Torrijos y frente al Hotel Santo Domingo.

Comparado con el malecón que conocimos décadas atras, este de hoy es un desierto.

La contaminación corre sin control y es lanzada al mar. Basura entre la grietas y los árboles.

Entre la feria y el kartodromo, zanjas perpendiculares recogen las aguas pluviales de la avenida y la lanzan al mar, dejando en su cauce montones de plásticos y residuos.

Entre drenajes pluviales se cuelan, a veces a medio soterrar, como si sintieran pudor, drenajes que recogen aguas sucias de los barrios junto a la Avenida como El Cacique y el 30 de Mayo y la lanzan al mar, como si este fuera la cloaca municipal.

Un hermoseamiento y habilitación realizado a un tramo del malecón por la cervecería ha traído vida a ese trozo, diurna y nocturna, pero Malaya sea la suerte, entre los corredores remozados, gramas conservadas y miradores reconstruidos, bien subterraneas, por debajo de las vistas y las pisadas, dos bocas nauseabundas lanzan al mar las aguas insoportables de la fábrica que con tanto altruismo, (¿o no?), remozó el sitio.

Un drenaje es muy viejo y ya mi niñez lo veía vomitar en el mar, el otro es mas reciente.

El Ayuntamiento no ha alumbrado, no limpia, no protege, no da seguridad a los ciudadanos que cometen la locura de aventurarse a solas por ciertos tramos especialmente de noche, pero tambien de día.

El Club Dominicano de Kartismo es una intrusion inaguantable a los propósitos del area, declarada protegida desde el año 1968 mediante la Ley 305. Ha ocupado un trozo inmenso. El paseante debe casi caminar junto a los automoviles para atravesar ese trozo de malecón ocupado de casi un kilometro de extension. Lubricantes procedentes de las labores de mantenimiento y reparación es lanzada en el patio del kartodromo, que por cierto, es el mar.

Cuando ese kartodrono sea trasladado de ese sitio, y el lugar recuperado nuevamente para los ciudadanos, deberemos declarar una semana de fiestas nacionales con merengues, palos, bachatas y reguetón.

La UASD deberá hacer tambien su contribución con las arruinadas edificaciones del club de profesores que no visitan los profesores, ni los empleados, es mas casi nadie. No es un buen ejemplo de gestión de una zona protegida. No es una imagen institucional apropiada para la mas vieja casa de estudios de las Américas.

Finalmente, la curiosidad no logra descifrar lo que ocurre tras las planchas de zinc en la zona de guibia. ¿Desde hace cuantos siglos, perdón años, permanence oculto el lugar que otrora fue el más emblemático del malecón? ¿Otro parque jurásico? ¿Otro Parque Canquiña?

Por favor, no hagan nada, solo limpienlo, dejenlo con su arena y sus árboles, y quizás adicionen nuevos árboles, naturalemente costeros, y abranlo al público, sin kioskos, sin nada. Solo abranlo.

¡Cuanto abandono!

¡Qué lástima!