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La contaminación ambiental es el cáncer de la ciudad

eleuterio-martinez-mini1Gran expectativa ha despertado en la ciudadanía capitaleña el operativo de limpieza de los ríos Ozama e Isabela iniciado recientemente por el Gobierno dominicano y que involucra casi a una decena de instituciones oficiales encabezadas por la Marina de Guerra en la parte operativa.

Como para demostrar que la cosa va en serio, estas acciones que se enmarcan dentro del conjunto de actividades contempladas como punto de partida de las acciones oficiales en sus primeros 100 días, fueron bautizadas con las palabras del secretario administrativo de la Presidencia, Pedro Franco Badía y ante la presencia del secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Frank Moya Pons, quienes no ahorraron palabras para comprometerse y describir las bondades del programa de rescate y limpieza de las principales fuentes de agua que bañan la ciudad de Santo Domingo.

Nos unimos al sentir y a la preocupación de las autoridades que han asumido la problemática ambiental del río Ozama (a nuestro humilde entender ‘‘la pieza más valiosa’’ de la Zona Colonial de Santo Domingo), como asunto de Estado, es decir, como un caso de interés social al más alto nivel. En innumerables oportunidades nos hemos sumado a las voces que claman por una respuesta oficial y por el inicio de acciones viables y acordes con la magnitud de los casos, dirigidas a enfrentar la contaminación que embarga a los cuerpos de agua dulce que existen en el entorno citadino de esta histórica urbe capitaleña.

Pero la contaminación ambiental no es un asunto simple que se resuelve con medidas paliativas, sino que requiere de un tratamiento integral, dirigiendo la atención a cada fuente emisora y poniendo suficiente empeño para corregir las verdaderas causas que la originan.

Contaminación e historia

Lo cierto es que la contaminación del río Ozama guarda una íntima relación con la igualmente grave de la Zona Colonial de Santo Domingo y es difícil de jerarquizar o discriminar a la hora de establecer prioridades para iniciar las medidas de emergencia. Pero vamos por parte. Sería aconsejable que las autoridades que con tan buenas intenciones han iniciado estos operativos en el río Ozama con miras a detener y luego disminuir los niveles tan preocupantes de contaminación que ha alcanzado esta fuente de agua, no se llamen a engaños y terminen creando nuevas frustraciones ante la comunidad capitaleña que impotente ha visto apagarse la belleza natural de los paisajes que por siempre adornaron el entorno del estuario y la zona de remanso del Ozama.

Afortunadamente las fuentes o puntos de descargas de efluentes contaminantes en los ríos Ozama e Isabela están claramente identificadas. Es decir, existe suficiente documentación en este sentido en las diferentes instancias oficiales involucradas en el actual operativo de limpieza (Marina de Guerra, Secretaría de Estado de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Autoridad Portuaria Dominicana, Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos, Secretaría de Estado de Obras Públicas y Comunicaciones, Secretaría de Estado de Salud Pública y Asistencia Social, Defensa Civil) y en otras como el Instituto Dominicano de Tecnología Industrial, Subsecretaría de Gestión Ambiental (antiguo Instituto Nacional de Protección Ambiental), Instituto Cartográfico Militar, Secretaría de Estado de Industria y Comercio (Dirección General de Normas y Sistemas), así como en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (Comisión Ambiental, Departamento de Biología, los institutos de Física y Química y el Centro de Investigación de Biología Marina), que poseen estudios, documentos técnicos y mapas que señalan con precisión los focos críticos de contaminación, tanto de origen industrial como de las aguas servidas, cloacas, emisores, cañadas y escorrentías provenientes de los hoteles, la ciudad en sí y los núcleos humanos periféricos superpoblados (de altísima densidad) de esta urbe capitalina.

Para encaminar con éxitos las acciones emprendidas, obligatoriamente tienen que abarcar y enfrentar como se debe las descargas de origen industrial que sin el menor tratamiento son vertidas en las fuentes acuíferas y para ello basta con apelar al instrumento más idóneo que como bandeja de plata se les pone en sus manos: la Ley 64-00 sobre Medio Ambiente y Recursos Naturales que recién se está estrenando, cuyos lineamientos y principios (‘‘quien contamina paga’’, por ejemplo) están orientados especialmente a combatir la contaminación ambiental en todas sus vertientes.

Para enfrentar la contaminación difusa proveniente de las aguas servidas de los barrios capitalinos existen propuestas y estudios de sobra en el Ayuntamiento del Distrito Nacional y en diferentes empresas consultoras nacionales y extranjeras que se han interesado en el asunto de la degradación del entorno de la ciudad y sus fuentes acuíferas.

Los ingenios azucareros, las crianzas de cerdos (pocilgas), los campos cañeros, la crianza de ganado bovino, los vertederos y botaderos de basuras y tantos casos más de contaminación que en otras entregas hemos dado a conocer a los lectores de LISTíN DIARIO, pero en esta oportunidad queremos ocupar la atención de las autoridades para señalarle un caso particular de contaminación que no solamente afecta directamente al río Ozama, sino a la ‘‘Zona Colonial de la ciudad de Santo Domingo’’, la cual ocupa un lugar muy especial en la historia de la humanidad, no sólo porque ha sido declarada por la UNESCO como ‘‘Sitio de Patrimonio Mundial’’, sino porque éste fue el punto de apoyo para la irradiación de la cultura europea que nos invadió en los tiempos de la colonización. Nos referimos a los casos de la termoeléctrica de Timbeque y a las plantas flotantes de la Seaboard.

Timbeque y Seaboard

Durante los primeros años de la década de los 80 estuve trabajando en la naciente Dirección Nacional de Parques, cuyas oficinas centrales estaban alojadas en la Casa Rodrigo de Bastidas. Por cuestiones de vecindad y curiosidad me mantuve durante varios años moviéndome entre todos los edificios, museos, iglesias y monumentos de la zona observando el fenómeno de la contaminación provocado por el hollín de las plantas termoeléctricas de Timbeque en todos los enclaves culturales de la Zona Colonial. Este sólo hecho me da suficiente autoridad para ocuparme de estos asuntos y sin temor a equivocarnos poder aseverar que el enemigo número uno que tiene la Zona Colonial es precisamente Timbeque.

Pero a esta huésped indeseable de la ciudad intramuro se le han incorporado dos hermanas gemelas más que en poco tiempo (a juzgar por las evidencias), pueden dar al traste con todo el esfuerzo realizado por las autoridades de la Oficina Nacional de Patrimonio Cultural, del Museo de las Casas Reales y del Patronato de la Zona Colonial para salvaguardar esta página de la historia.

Se trata de las plantas flotantes conocidas como la ‘‘Estrella del Norte’’ y la ‘‘Estrella del Mar’’ instaladas por la Wartsila en barcazas especiales dentro del mismo río Ozama y al lado o muy próximo a las instalaciones de Timbeque, las cuales hacen aportes considerables al proceso de degradación ambiental en ciernes y al cúmulo de partículas en suspensión que forman el hollín corrosivo, sucio y contaminante que como un cáncer o una lepra está acabando con las piezas más valiosas que atesora la Zona Colonial.

Resultan un poco infantil los argumentos (para engañar a incautos) esgrimidos por los ejecutivos de la Seaboard de que sus plantas no contaminan el ambiente y que solamente al momento de su encendido se puede apreciar un poquito de humo negro y que además se acogieron a las normas del Banco Mundial y del antiguo Instituto Nacional de Protección Ambiental para la instalación de sus plantas de generación de electricidad.

Acaso se desconoce que la primera alternativa que tiene que contemplar cualquier estudio de impacto ambiental es la ‘‘opción de ubicación’’, que el sólo hecho de su cercanía a un ‘‘Sitio de Patrimonio Mundial’’ invalida automáticamente su instalación en este lugar, no solamente por la contaminación física (palpable o medible), sino por la agresión visual que provoca en el visitante y la distorsión que crea en el entorno.

Cultura y Medio Ambiente

Ojalá que estas notas no se tomasen como una denuncia (no existe ninguna novedad en lo que está a los ojos de todo el mundo), sino como un llamado a la reflexión a las autoridades que directa o indirectamente tienen competencia sobre la conservación del patrimonio natural y cultural que posee la ciudad de Santo Domingo.

Como mis buenos amigos Tony Raful (Secretario de Estado de Cultura) y Frank Moya Pons (Secretario de Estado de Medio Ambiente y Recursos Naturales) comparten inquietudes por el destino de la Zona Colonial, el primero por vocación e inclinación natural por el estudio de las huellas humanas plasmadas en las bellas artes (su pasión por la antropología y la arquitectura clásica) y el segundo por su doble condición de historiador y de eterno enamorado de los bienes que se originan en el vientre de la madre naturaleza (en este caso el río Ozama que nos ha confesado conocer desde muy joven y donde ha disfrutado de experiencias que el tiempo no podrá borrar jamás), a lo mejor se interesan en este campo.