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Earle, la oceanógrafa obsesionada con recuperar el “corazón azul del planeta”

«Sumergirme en el agua, salvar el océano, ser un pez». Esos son los sueños de la bióloga marina Sylvia Earle, que ha dedicado toda su vida a alertar del «paraíso perdido» en que se ha convertido el mar y a luchar para recuperar «el corazón azul del planeta».

A sus 82 vitales años, esta estadounidense fue galardonada hoy con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia por no cejar en un empeño que le ha llevado a participar en cuantas reuniones y conferencias puede para alertar del peligro que supone para el planeta y para el ser humano todo lo que le hemos hecho a los océanos.

La humanidad ha ignorado los límites” respecto al uso de los mares en beneficio propio, lo que ha desencadenado “el deterioro brutal y crítico de los ecosistemas”, aseguró Earle en el IV Congreso Internacional de Áreas Marinas Protegidas que se celebró el año pasado en Chile.

Con más de cien expediciones marinas a sus espaldas y un largo y exhaustivo trabajo que le ha hecho ser merecedora del sobrenombre de “La dama de las profundidades”, Earle se dio cuenta del poder del océano desde la primera vez que se bañó en él, cuando tenía solo tres años.

Y decidió dedicar su vida a proteger esos océanos, campo en el que fue una pionera y casi la única mujer en un área dominada por los hombres desde que en 1953 realizó su primera incursión bajo los mares para estudiar los fondos marinos.

Incluso una de las primeras entrevistas que dio, en 1964, al Mombassa Daily Times, se titulaba “Sylvia navega con 70 hombres pero no espera problemas“.

Ni los hubo entonces ni posteriormente en una carrera en la que se ha ganado el respeto de todos sus colegas, y del mundo de la ciencia sin excepciones.

Salud de los océanos, salud de los hombres

Por su coherencia y por su insistencia en que “la salud de los océanos significa salud para los seres humanos”.

“Mi deseo es que se utilicen todos los medios posibles para impulsar el apoyo público a una red mundial de áreas marinas protegidas, lugares de esperanza lo suficientemente grandes como para salvar y restaurar el océano, el corazón azul del planeta”, dijo en 2009 cuando recibió el premio TED, que entrega 1 millón de dólares (840.000 euros) a quien tenga una visión que pueda cambiar el mundo.

Eso es lo que ha hecho Earle, con su voz dulce y sin estridencias. Repitiendo una y otra vez los mensajes que ha aprendido bajo el mar. “Sin agua no hay vida. Sin azul no hay verde”.

El ecosistema marino, su trabajo, sus empresas

Frases simples pero cargadas de significado y que llevaron a Earle a ser la jefa científica de la Administración Nacional de océanos y Atmósfera (NOAA) de EE.UU., desde donde realizó una ingente tarea centrada en la exploración y conservación de los ecosistemas marinos mediante el desarrollo de nuevas tecnologías para acceder a las profundidades marinas y a medioambientes remotos.

Pero no solo ha trabajado desde el lado gubernamental. Ha fundado organizaciones como la SEAlliance, es miembro residente de National Geographic y una de sus labores más reconocidas es la de divulgadora a través de numerosos documentales realizados con este prestigioso grupo de comunicación.

Incluso se une con personajes célebres en misiones mediáticas si con ello logra hacer pasar mejor su mensaje.

Como hizo en 2010 cuando acompañó a James Cameron en una inmersión en un batiscafo ruso en las aguas del Baikal como parte del trabajo preparatorio del cineasta para la secuela de “Avatar”.

Nada es suficiente para esta bióloga, que cuando empezó sus estudios del mar no pensó ni por un momento –“nadie, ni Jacques Cousteau”, asegura- que los seres humanos podrían hacer algo para dañar los océanos por lo que pudieran echar o sacar de él.

“En 50 años hemos perdido, más bien hemos cogido y nos hemos comido, más del 90 por ciento de los peces grandes del mar”, ha lamentado la bióloga en muchas ocasiones.

Una humildad patente en todas las intervenciones de una bióloga que recuerda como uno de los mayores logros de su vida el haber podido poner su huella en el fondo de un océano en 1979.

Alicia García de Francisco
EFEverde