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Lomas estériles de agua y campos vacíos de esperanza

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Hay que decirlo y repetirlo en voz alta, que se escuche como un trueno ante tanta cháchara monótona y dañina: La montaña donde se producen las aguas está herida de muerte por la indolencia de la clase gobernante y la voracidad indecente de los que acumulan riqueza individual en detrimento del acervo colectivo.

Recoge la prensa que Eleuterio Martínez, experto forestal, lamenta que la clase política no le preste atención a la destrucción de las zonas productoras de agua en el Parque Nacional de Valle Nuevo y lomas de Constanza que provocan su desertificación de manera vertiginosa.

Eleuterio sugiere por enésima vez que se prohíba la agricultura en esa zona sensible de la montaña. Y no es sólo allí. Es un fenómeno generalizado que afecta todas las cuencas hidrográficas.

Eleuterio, Don Enrique, y otras voces autorizadas, claman sin que nadie les haga caso, hasta que la maldición caiga sobre todos cuando la vida deje de ser sostenible por carencia de agua, por falta de ríos, por la desertificación gradual de los bosques, que es el tránsito terrorífico en que nos encontramos.

Ignorantes del cataclismo que ya está acaeciendo sin que abramos los ojos para darnos cuenta, los campos están ahítos de esperanzas que nunca se concretan y llenos de vacuidades de campaña política.

El campo necesita infraestructura de calidad y no la tiene; caminos, muchos caminos, de buen firme y caliche, junto a drenajes eficientes. Pero no los caminos que interesan a los políticos para afincar su campaña en busca de votos, sino los de penetración a las áreas remotas de producción para abaratar los costos de transporte de los insumos y los bienes producidos.

El campo requiere de iluminación en los caseríos y electricidad servida y medida en cada hogar, aunque si fuere necesario parcialmente subsidiada en el monto del consumo mínimo autorizado.

Está ávido de agua potable, encaminada en tuberías que no estén saturadas de aire como lo son casi siempre las promesas que la acompañan.

Se encuentra urgido de servicios de todo tipo, sobre todo educativos de calidad para poder aprender, adiestrarse, integrarse a las formidables exigencias del siglo 21, incluyendo el acceso con mentalidad crítica y exploradora a internet, tabletas y laptop, pero no para copiar y pegar simplemente ni para obtener un simple cartón que declarándolos bachilleres en el fondo los inhabilita para ejercer el papel de ciudadanos globales, salvo en las categorías inferiores.

Implora por servicios de salud competentes, aun fuere en los niveles primarios de asistencia y de prevención frente a amenazas epidemiológicas, con acceso universal a centros curativos de mayor sofisticación situados en la cercanía más distante.

Hacen falta lugares de entretenimiento para la celebración de actividades diversas, que hagan languidecer poco a poco a las multitudinarias galleras y a las prolíficas bancas de apuestas, ubicadas a semejanza de Dios en todas partes.

El campo clama y no se le escucha por asistencia técnica masiva y permanente constituida por conocimientos elementales y no elementales que permitan multiplicar la productividad. No existe tal asistencia, ni siquiera en la esfera de lo muy básico. Los agrónomos del ministerio de agricultura deberían estar todos en el campo, llevando apoyo, orientaciones y conocimientos técnicos, no en los escritorios de las ciudades.

Lo peor es que el campo está baldío en alta proporción, sobre todo en las zonas de montaña que pudieren ser aptas para actividades agropecuarias, donde ganado en los huesos engulle pasto natural de escaso valor nutritivo. Un programa combinado de plantaciones forestales con actividades agropecuarias seleccionadas podría convertirse en una revolución productiva, que a la vez aumentaría los caudales de agua.

El campo está necesitado de labranzas y vacío de dominicanos que lo trabajen por la competencia desigual y empobrecedora de los haitianos indocumentados.

Sólo el incremento sustancial de la productividad, paralelo al de inversiones que profundicen la introducción de cambios tecnológicos, podrá producir el milagro de multiplicar la producción, los ingresos, empezar a desplazar a la mano de obra indocumentada que copa los puestos de trabajo y sustituirla por mano de obra dominicana más educada.

Hacer no es simular que se hace, sino modificar cualitativamente las condiciones en que se desenvuelve la vida, dotando a cada cual de las herramientas para sostenerse en el tiempo en la vida productiva e intelectual. Y eso está muy lejos de empezar a ocurrir.

Es ya crítico. No habrá nación ni país, si no se empieza ya, en forma decidida y con sentido de urgencia, a impulsar la recuperación de las fuentes de agua, de la foresta y de la agropecuaria.

Tan simple como eso, así es.

POR EDUARDO GARCÍA MICHEL