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El Cibao tiene sed

eleuterio-martinez-mini1El otrora caudaloso Yaque del Norte y el igualmente legendario y temible río Yuna, hoy son dos hilitos de agua, como dos lágrimas que se desprenden de la Cordillera Central que sin penas ni gloria van a morir al mar.

El río Yaque del Norte es el principal activo fijo de la nación dominicana, aunque no pueda colocarse en las bolsas de valores de New York, Londres o París. Sus aguas sustentan la producción de alimentos para satisfacer la demanda de un tercio de la población dominicana y aunque nadie piensa en ello, por si solo (prácticamente sin la ayuda de otras fuentes de agua), también es quien garantiza la producción de bananos que se empaca y se exporta hacia Europa y otros mercados internacionales. 
El Cibao tiene sed. Nadie se imagina estas pródigas tierras en plena producción sin el concurso de esta arteria fluvial que drena o recoge las aguas de un territorio casi equivalente a la superficie de Puerto Rico. Sin embargo el deterioro físico de su cuenca acusan una caída estrepitosa de sus caudales y presagian un futuro incierto para la sociedad dominicana. 
¿Qué pasará con Santiago de Los Caballeros, la segunda capital política del país y la primera potencia económica -de hecho y por derecho-), cuando el Yaque ya no exista?, ¿no es una afrenta pública y un insulto que su curso se convierta en una cloaca precisamente al bañar la parte occidental de esta ciudad, donde su caudal se ha perdido por completo y en su lugar corren las aguas negras que aportan la industria y las descargas residenciales? 
Este gigante muere lentamente y sin dolientes. El complejo Tavera – Bao – López Angostura, el PRYN (Proyecto de Riego del Yaque del Norte), el Acueducto del Cibao Central y la vida de Jarabacoa, Jánico, San José de Las Matas, Villa González, Navarrete, Esperanza, Mao, Villa Elisa, Villa Vásquez (todas las villas), Guayubín, Martín García, Las Matas de Santa Cruz, Monción, Sabaneta, Partido, Santiago La Cruz, Carbonera, Copey, Dajabón y Monte Cristi, más decenas de poblados que dependen de las aguas de este río, correrán su misma suerte si no se le presta atención a tiempo al estado de agonía en que se encuentra el Yaque del Norte.

SE AGOTAN LAS AGUAS DEL NORTE

La situación de los ríos del país merece que se le de un seguimiento tan de cerca como lo hacen la sociedad dominicana, los poderes públicos y el sector privado con la marcha de la economía, pues sin agua no tendremos economía, ni vida, ni nación. 
 

Es posible que alguien pueda pensar que es una exageración decir que ‘‘el Cibao tiene sed’’, sin embargo, fue la Defensa Civil y el Servicio Nacional de Meteorología quienes declararon en ‘‘estado de alerta’’ por la sequía al Cibao Occidental, mientras la Secretaría de Estado de Agricultura y el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos tomaban las medidas previsoras y de emergencia para enfrentar el problema que ha comenzado a palearse con las tímidas lluvias de primavera que todavía no arrancan en lleno. 
En el pasado la sequía nunca fue motivo de preocupación en esta región, pues cuando la producción de alimentos peligraba no era por la falta de agua, sino por el exceso. Es decir, los normales períodos de relativa escacés de agua o de bajas precipitaciones nunca excedían su ciclo normal, mientras que los períodos lluviosos aveces provocaban desbordamientos de ríos e inundaciones que resutaban catastróficas, hasta que se construyó el sistema de regulación y almacenamiento de las presas de Tavera, Bao y López Angostura, cuyas aguas tienen como destino primario abastecer de agua potable a la población através del Acueducto del Cibao Central, luego garantizar la producción agropecuaria en el centro y bajo yaque, y producir energía en tercer lugar. Esa es la lógica pero no siempre ocurre así.

Estado de emergencia

Pero ¿cuál es el estado real del río Yaque del Norte? Su situación es harto conocida: Su cuenca está deforestada en casi un 85 por ciento, pues la única cobertura boscosa de importancia se encuentra en los parques nacionales Armando Bermúdez y Nalga de Maco; problemas de erosión en estado avanzado (surcos y cárcavas) en los alrededores de los embalses de Tavera y Bao, así como en toda el área aledaña a los parques nacionales; sequía y languidecimiento de la mayoría de los manantiales y tributarios principales, contaminación acentuada a su paso por las principales ciudades y pueblos que abastece de agua potable y en aquellos puntos de descargas de canales de drenaje agrícola; serios problemas de salinización y un largo etcétera. 
Existe una decena de estudios y diagnósticos que describen hasta la saciedad el proceso indetenible de su deterioro y no escapa al conocimiento de las máximas instancias del Poder Político (ni al Gobierno Central bajo cuya dependencia están el INDRHI y Agricultura, ni al Congreso Nacional que anualmente tiene la responsabilidad de verificar la asignación los fondos o recursos que hace el Poder Ejecutivo para resolver los problemas claves y promover el desarrollo nacional), el estado de coma en que se encuentra y se debate la suerte de esta arteria aorta del sistema hídrico nacional. 
El Yaque del Norte está en emergencia aunque los organismos oficiales que tienen que ir en su auxilio no se percaten de ello. Nadie puede pensar que con 10 millones de marcos financiados por el Banco de Reconstrucción de Alemania se puede hacer muchas cosas, cuando ello no alcanza ni siquiera para comprar una aspirina para calmarle el dolor de cabeza a este río. El Instituto Superior de Agricultura no termina de calcular los millones de pesos que conlleva su restauración y los anuncios oficiales de emprender campañas masivas de reforestación en Jarabacoa y La Sierra, huelen a demagogia al no contar con un presupuesto puntual ni con un plan estratégico.

El Yuna

Pero si calamitosa es la situación del Yaque del Norte, no menos grave es la del río Yuna que baña la otra parte del Valle del Cibao. Quienes conocen la geografía dominicana saben que estos dos ríos, Yaque del Norte y Yuna, que de hecho son los dos más grandes y caudalosos del país y las Antillas, se reparten casi equitativamente la llanura agrícola más importante de la República Dominicana (el Valle del Cibao), las cuales llevan sus nombres: Valle del Yaque del Norte o del Cibao Occidental y Valle del Yuna (La Vega Real) o del Cibao Oriental. 
La cuenca hidrográfica del Yuna es un poquito más pequeña (5,600 kilómetros cuadrados) que la del Yaque del Norte (7,300 kilómetros cuadrados); pero al encontrarse en una zona del país más favorecida con las precipitaciones, arrastran caudales más o menos equiparables. En la temporada de sequía que está por terminar se vieron casos insólitos o nunca antes vistos en la margen derecha del Yuna, pues los ríos Maimón (y sus afluentes La Leonora, Sin y Los Plátanos), Yuboa, Sonador, Juma, Masipedro, La Jina, La Piedra, Pontón, Yamí y Verde casi se secan por completo como ocurrió con el Jatubey, el Jayaco, Burende y Los Pinos. 
Un análisis objetivo de esta situación puede que nos permita conocer que todas las fuentes de agua del norte del país se encuentran en grave peligro. Pues los factores de mayor peso que contribuyen a su desaparición (deforestación, erosión, contaminación, incendios forestales, aserraderos, conuquismo, ganadería intensiva…), se mantienen latentes y con tendencias a ampliar sus radios de acción. A todo esto debe sumársele otra variable externa pero que incide y hiere visceralmente el cuerpo físico de todos estos cursos de agua. Se trata del desarrollo urbanístico y las obras de infraestructuras que se levantan en base a la extracción de agregados o materiales de construcción del cauce de los ríos. 
Deforestación y explotación de áridos 
La eliminación de la cobertura forestal de los nacimientos o cabecera de manantiales y la extracción de materiales de construcción del cauce de los ríos, es una combinación faltal para cualquier cuerpo de agua fluvial. No se puede afirmar que uno sea más grave que el otro, aunque argumentos se pueden levantar en todas las direcciones, máxime cuando se pierde la objetividad para ubicarnos en una posición que pueda favorecer una tendencia que a nuestro parecer resulta beneficiosa o bien intensionada. 
Quienes afirman que la tala, el desmonte o la deforestación en los nacientes o cabeceras de rios, arroyos y cañadas es más grave que la explotación de áridos, puede que tengan razón en vista de que sin la cobertura forestal, vale decir, sin la alfombra verde que capta y regula las escorrentías superficiales, es imposible recargar las fuentes subterráneas con las lluvias, que son las que más tarde (cuando ya no esté lloviendo) se encargarán de alimentar los manantiales de manera paulatina y persistente. 
Eso es cierto. Todo ríos que recibe un golpe en la cabeza, es decir, que se le seca su naciente, está condenado a una muerte segura, pues por más agua que reciba de sus afluentes, éstos nunca podrán suplir la deficiencia que se da en la parte más alta de la cuenca, donde actúa el flujo hipodérmico para sostener la biodiversidad y mantener el efecto esponja del bosque en la parte más vulnerable del cuerpo físico del río (su cabecera). Pero tan criminal es el desmonte en las alturas como la explotación de áridos en el cauce de los ríos si se profundiza más allá del manto freático. 
Todas las llanuras ribereñas y las sinuosidades de los meandros del ríos son elementos elocuentes que nos hablan de la historia, de la edad, del comportamiento o de la vida pasada de los cuerpos de agua. Pero también es igualmente importante la capa impermeable que tapisa el acuífero subterráneo en ambas márgenes o en el mismo lecho del río, pues un desequilibrio provocado artificialmente trae una serie de reacciones en cadena que pueden dar al traste con la vida misma del cuerpo de agua. No solamente por el abatimiento (infiltración o percolación profunda) y la creación de lagunas artificiales que incrementan las superficies expuestas a la evaporación, dos factores que contribuyen directamente en la disminución del caudal base, sino por el impacto que tales acciones provocan sobre la vegetación ribereña (bosques de galería) y la dinámica de la vida animal tanto terrestre como acuática. 
La alteración de estos componentes físicos, más el impacto sobre la biodiversidad (flora y fauna silvestres), provocan un desequilibrio total en los ecosistemas acuáticos, cuya magnitud nunca se puede evaluar con propiedad. En otras palabras, nadie sabe lo que es peor, la deforestación de las cuencas de los ríos o la explotación de su cauce hasta dejarlo exhausto. El hecho es que ninguna de las dos cosas deben darse y mucho menos permitirse, aun tratándose de los fines más nobles (la producción de alimentos en las montañas o mantener activa la industria de la construcción que marca el ritmo del desarrollo). Siempre es posible recurrir a otra alternativa que no sea precisamente acabar con la vida del río.

La justicia

Nos ha llamado poderosamente la atención las palabras del Presidente de la Suprema Corte de Justicia, don Jorge Subero Isa, recogidas en Mao por el colega Rafael Pujols que cubre las fuentes noticiosas para el LISTIN DIARIO en la Línea Noroeste. Por primera vez (hasta donde conocemos) se levanta la voz más alta de la Justicia Dominicana para decir: ‘‘es un crimen lo que se está haciendo actualmente con los ríos y los bosques en la República Dominicana’’. 
Subero Isa no anduvo con rodeos al exponer con entera libertad sus opiniones sobre los que está ocurriendo en los campos, las montañas y ríos del país, expresando que: ‘‘no hay ninguna razón para que las cuencas de los ríos de todo el territorio nacional sean depredadas y degradadas al máximo, contribuyendo de esta manera a que nos quedemos sin agua’’. Posiblemente pensando en su investidura y el extraordinario aporte que la justicia puede hacer en este sentido (porque ahí es donde han estado las mayores fallas al someter una persona que comete un delito ecológico), continuó diciendo: ‘‘todos estamos llamados a poner un grano de arena para evitar que ésto llegue a peores consecuencias, ya que en la actualidad se está haciendo un mal negocio, cambiando el agua por cemento’’. 
Más claro de ahí, ni los entendidos en la materia. Haciendo galas de su dominio del problema reiteró: ‘‘la tarea del desmonte de las zonas boscosas y la destrucción de las cuencas de los ríos es un acto criminal y lo más alarmante es el mal ecológico que se está haciendo con el cambio de agua por construcciones. Todos los dominicanos deben realizar una campaña de concientización para que esta depredación de los ríos, así como la deforestación de las zonas boscosas y la quema de las orillas de las carreteras y caminos de la Línea Noroeste y otros puntos del país, se detenga’’. 
Como diplomático al fin y guardando las distancias para evitar las conjeturas, el Presidente de la Suprema Corte de Justicia aclaró al concluir su recorrido por la Línea Noroeste: ‘‘no me atrevo a dar ninguna opinión en cuanto a la aplicación de la justicia para frenar el desmonte de los bosques, para que no se crea que se está bajando línea o se está dando una consulta sobre un tema como éste’’. 
No hay dudas de que avanzamos. Ayer fue el presidente de la República que ordenó cerrar las granseras convencido de que la depredación de los ríos no podía continuar como hasta ahora y hoy es presidente de la Surprema Corte de Justicia quien califica este hecho de criminal, mientras el Congreso Nacional se apresta a modificar la Ley 123 de protección a la Corteza Terrestre.

Por Eleuterio Martínez 
Publicado originalmente en el Listin Diario del 5 de Mayo 2000.