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DE ISLA EN ISLA SE LLEGA AL PARAÍSO

     «En la costa oriental del país se concentran de manera curiosa, tres de las cincos islas adyacentes de la República Dominicana».  

    La Saona tan grande o mayor que cualquiera de los dominios ingleses o franceses en las Antillas Menores; la Catalina, la tercera en importancia de las costas dominicanas y la Catalinita, la más diminuta de todas, son tres islas adyacentes al territorio nacional, repletas de historia y preñadas de belleza, que coronan la cabecera oriental de La Hispaniola o Isla de Santo Domingo.

    Un mundo de primores de epopeyas precolombinas protagonizadas por Cotubanamá y de intereses políticos post-republicanos al más alto nivel, cubren los 110 kilómetros cuadrados de superficie que tiene la Isla Saona, la más grande del litoral costero de la República Dominicana.

    La Saona fue explorada ampliamente y por primera vez durante el segundo viaje de Cristóbal Colón, quien por necesidad tuvo que refugiarse en ella durante 8 días (del 14 al 23 de septiembre de 1494), evadiendo una tormenta tropical cuando bordeaba la costa sur de Quisqueya, de camino a La Isabela, con la emoción de haber descubierto a Jamaica y explorado la costa meridional de Cuba.

    Desde entonces y hasta nuestros días, la Saona ha sido el centro de los más variados intereses y el escenario de hechos históricos trascendentales. Allí buscó refugio el aguerrido e indómito cacique Cotubanamá, que se levantó junto a su pueblo contra las matanzas indígenas promovidas y ejecutadas por Nicolás de Ovando. A partir de 1575 y durante más de dos siglos ella sirvió de refugio y centro de operaciones para los piratas y aventureros marinos que aprovechaban su soledad y posición estratégica para asaltar las embarcaciones que por allí transitaban.

    Se afirma que allí todavía yacen en sus suelos todo tipo de tesoros escondidos o enterrados por cazadores de fortunas, como el célebre pirata puertorriqueño Roberto Cofresí. El 26 de mayo de 1855, Pedro Santana logró que el Senado de la República se la adjudicara por 50 años para explotar sus extensos bosques de caoba, interés frustrado poco después por Buenaventura Báez. Con estos mismos propósitos (explotación maderera), los hermanos Trujillo se adueñaron de ella en las décadas de los 40 y 50 del presente siglo.

    Pero la Saona es otra cosa, su valor rebasa todos los tesoros que pueda ocultar su subsuelo y el de los galeones hundidos a su alrededor. Es más toda la caoba que se pudo vender en el pasado, más el valor de la que aún hoy se mantiene en pie, no alcanza para equipararse con una sola de sus playas de arenas blancas o el más escondido de sus paisajes. :a Saona es un continente de bellezas y primores.

    Catalina y Catalinita

    No son vecinas, ni madre e hija como sus nombres sugieren, sin embargo ambas se encuentran compartiendo con la Saona el litoral sur-oriental de la República Dominicana y aunque la más grande tiene 9.6 kilómetros cuadrados de superficie contra apenas 0.2 km2 de la segunda, si usted me preguntase cuál de las dos es más grande la verdad es que no sabría decirle.

    Indudablemente que una es más extensa superficialmente que la otra y también es cierto que Catalina La Grande se ha convertido en la «Isla de los Ensueños» para los turistas europeos y norteamericanos que de noviembre a mayo llegan por miles en cruceros de todos los tamaños; no por ello puede superar las dimensiones de la belleza y la extravagancia de una naturaleza que se desborda en Catalina La Chica. Sin que me asalte la duda, puedo asegurarle que en La Grande no cabe la mitad del contenido de La Chica.

    Pero le ruego al amigo lector dispensarme las excusas por no poderle describir las bellezas y la originalidad del paraíso que ha quedado fraccionado y repartido en estos territorios insulares. Esta tarea no la puede acometer ni el más avezado observador, porque la carga de detalles que habría de resumirse en como para llenar todas las páginas de una edición dominical del Listín Diario y como se habrá de comprender, sencillamente esto es algo más que imposible.

    Sin embargo, podríamos adelantarle algo y para ello le invitamos a la página del interior.

    FICHA TÉCNICA 
    ISLA SAONA: Llamada «Adamanay» por los taínos, tiene 110 kilómetros cuadrados cubiertos en su totalidad por bosques de transición (seco – húmedo) y tres lagunas costeras (Canto La Playa, Flamencos y Secucho). Es la única habitada (Mano Juan).

    ISLA CATALINA: Los taínos ígneris y ciguayos le llamaban «Toeya» y tiene casi 10 kilómetros cuadrados de superficie, cubiertos por una vegetación peinada y de manglares, en ambientes típicos del bosque seco. Visitada por turistas todo el año.

    ISLA CATALINITA: La más pequeña del litoral dominicano (0.2 kilómetros cuadrados de superficie), solitaria y en medio de un enorme banco arrecifal a la entrada del legendario Paso del Catuan

 

por Eleuterio Martínez 
Publicado originalmente en el Listin Diario