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La cueva de Campeche

POR DOMINGO ABRÉU COLLADO 
Quizás éste no sea su nombre definitivo. Todo depende de la musa inspiradora de Xiomara Fortuna, quien tal vez le designe con otro nombre más apropiado para su manejo dentro del conjunto de ofertas naturales que ella tiene organizado en el espacio que junto a un pequeño equipo de entusiastas mujeres artistas y ecologistas han «tomado» para transformarlo en una especie de retiro de campo, y donde cada año se realiza el «Ecojam».

La cueva de Campeche es en realidad una gruta abierta por el paso de antiguas aguas que descendían violentamente por el escarpe que caracteriza geológicamente la zona de Duveaux, en San Cristóbal.

Una cañada cercana todavía conduce las aguas que estacionalmente se organizan para dar continuidad al proceso edafológico, acelerado alguna vez por la mano humana que sacó grandes cantidades de maderas de la zona, donde ahora crece un bosque secundario que se fortalece y da albergue a muchas especies de aves y reptiles, reforzando la fauna en tanto se afianzan los nuevos árboles al son de los cánticos de ellas, el equipo de Xiomara Fortuna y su proyecto ecológico.

Esta cueva no se diferenciaría de otros abrigos y grutas de la zona si no fuera por la presencia del relicto indígena representado por 12 petroglifos de aparente filiación taína que moran en su entrada e interior.

Algunos de los petroglifos manifiestan en su estado el paso de la deforestación que hubo en el área. El cambio ambiental ocurrido originó el crecimiento de abundantes líquenes en la entrada de la cueva, cubriendo algunos de los petroglifos y propiciando su descalcificación. Una caliza poco concrecionada y menos cristalizada no sirvió de mucho para resistir el crecimiento del líquen y su actividad destructora de petroglifos, lesionando severamente algunos de ellos.

Aunque diferentes, todos los grabados son antropomorfos, marcando esta diferencia el tamaño de cada uno de ellos, que van desde 50 centímetros (el más grande) a 7.5 centímetros (el más pequeño). Uno de ellos fue realizado en círculos concéntricos, muy similar a uno que aparece en la Cueva de San Gabriel, en Los Haitises. Otro presenta un particular tocado sobre la cabeza, lo que pudiera identificarle con las pictografías «tocadas» que aparecen en la Cueva de las Maravillas.

La Cueva de Campeche tiene una dimensión de 16.47 metros de largo (este a oeste) y 4.70 metros de ancho (de norte a sur), abriéndose hacia el sur, lo que expone sus petroglifos a la luz solar total desde octubre hasta marzo, siendo diciembre la época en que mayor luz solar reciben.

El espacio de la cueva es muy irregular. Un 20% de la cueva es sumamente estrecho, mientras el piso presenta los declives del escarpe en que ésta se abre, además de estar cubierto en parte de piedras sueltas.

Un 25% del suelo de la cueva está cubierto por guano de murciélagos insectívoros, en el que abundan los restos de centenares de miles de elitros de insectos nocturnos. Apenas cuatro individuos de murciélagos adultos fueron observados en el interior de la cueva, aunque eso no significa que sea su población total perenne.

Durante la exploración realizada no se hizo remoción de suelo en busca de restos materiales que confirmen la filiación taína del arte rupestre localizado en la Cueva de Campeche, lo quedó para una próxima exploración.

Igual necesidad se impone en la zona inmediatamente frente a la cueva, donde a unos dos metros se pronuncia el escarpe, por lo que es posible que algunos materiales hayan rodado hacia abajo dispersándose bajo el manto vegetal que cubre el suelo. Necesario se hace también la localización de la zona de población del grupo aborigen que utilizaba esta cueva como sitio ceremonial para completar el trabajo de prospección arqueológica en una zona de la que no se tenían noticias de que hubiera presencia aborigen.

En tanto, ya Xiomara Fortuna y su equipo tienen en su sitio una razón que les identifica con el pueblo taíno. Una razón aborigen a quienes cantar y bailar a la luz de la luna, como hace 600 años se hacía, las noches del Ecojam.